«El mejor sacerdote es el que se nota menos»

El 14 de mayo el diácono Cristian Mendoza recibió la ordenación sacerdotal. En entrevista, Cristian señala, entre otras cosas, por qué el sacerdote es un motor de transformación de la sociedad.

¿Nos podrías platicar de dónde eres, cuál era tu profesión, algo de tu familia…?

Nací en Zamora, el 7 de junio de 1981, y poco después nos trasladamos todos a Guadalajara. Mi mamá comenzó a trabajar en la Universidad Panamericana, como profesora –querida y temida– en la Facultad de Pedagogía: gracias a esto yo en la Universidad era “el hijo de Matilde”. Mi papá continuó con su negocio y con mucho trabajo. Mi hermano mayor y yo estudiamos en el Colegio Altamira, donde conocí el Opus Dei y me decidí a ser numerario cuando tenía 17 años. Después estudié Administración y Finanzas en la Universidad Panamericana, en Guadalajara. En mi familia no hay nadie de la Obra, al principio no fue fácil para ellos, pero conforme fue pasando el tiempo se convencieron de que era lo que Dios nos pedía a todos y lo han hecho muy suyo.

¿Qué significa para ti ser sacerdote?

El sacerdocio significa para mí una invitación para servir. No lo veo como una meta, ni tampoco como una especie de “culminación” de mi vocación, sino como una manera especial de servir, porque exige estar muy cerca del Señor. Significa unir a los demás con Dios, a través de los sacramentos y de la predicación; pero, además, el sacerdocio en el Opus Dei me lleva a estar muy unido a todos los que forman parte de la Obra y a todos los que de alguna manera –como mis papás– están unidos a la Obra, sin formar parte de ella.

¿Qué perfil deben tener los sacerdotes?, ¿cómo es el sacerdote ideal?

Desde hace cinco años trabajo en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, a cargo del programa de becas de estudio. Esto me ha permitido conocer a muchísimos sacerdotes y obispos de todo el mundo y he aprendido que el sacerdote ideal es el que se identifica más con Jesús. Es decir, el mejor sacerdote es el que se nota menos, el que desaparece y habla sólo de Dios. Por ejemplo, en la Misa, el mejor sacerdote es el que vive lo que enseña la Iglesia, quedándose él personalmente en segundo lugar, para dejar al Señor en primer plano.

Siempre me han ayudado las palabras con las que el Papa Benedicto XVI define el sacerdocio: “aunque pueda parecer que la vida del sacerdote no atrae el interés de la mayoría de la gente, en realidad se trata de la aventura más interesante y necesaria para el mundo, la aventura de mostrar y hacer presente la plenitud de vida a la que todos aspiran. Es una aventura muy exigente; y no podría ser de otra manera, porque el sacerdote está llamado a imitar a Jesús, «que no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20, 28)”. (Homilía de Benedicto XVI en el seminario Mayor de Roma, 1 febrero 2008).

¿Qué aporta el sacerdote a la sociedad?

El sacerdote aporta a la sociedad los sacramentos. En la Universidad Pontificia de la Santa Cruz hemos tenido seminarios y congresos para políticos –senadores y miembros del parlamento–, para empresarios de alto nivel, para jueces y magistrados, para periodistas y personas que influyen en el mundo de las comunicaciones, etc., y edifica mucho ver su deseo de cristianizar el mundo, de transformar la sociedad desde dentro. Y el sacerdote ayuda a todos los fieles en esta misión, es un motor de transformación de la sociedad en la medida en que se coloca al servicio de los demás y da la gracia –a través de los sacramentos– para que los políticos, los empresarios, los periodistas, etc., puedan cambiar el mundo. Sólo el sacerdote puede administrar los sacramentos, es su tarea más grande, a ésta se añade desde luego el testimonio de vida y por tanto de entrega. El sacerdote aporta también a la sociedad su oración. El primer trabajo del sacerdote es rezar por los demás.

Cuando te percataste de que Dios te llamaba al sacerdocio, ¿cuál fue tu primera reacción?

Me comunicaron este deseo de parte del Prelado del Opus Dei en el aniversario de mi vocación a la Obra como numerario. Si había estado agradeciendo a Dios ese día por mi vocación, mi gratitud continuó con mayor intensidad durante aquella tarde. Pensaba también que era para mis padres una delicadeza del Señor, en un momento difícil para ellos por la situación económica del país, etc. Era como si Dios en momentos de mayor dificultad se abriera paso.

Era también una delicadeza del Señor conmigo, una especificación de mi vocación. O con las palabras que un amigo me escribió al recibir la invitación a mi ordenación: “¡Qué gusto me dio recibir la noticia de tu ordenación! Fue como cuando recibes una invitación a una boda de un buen amigo que se casa con quien sabes que le quiere bien”. El Señor nunca se deja ganar en generosidad.

¿Qué esperas de ti como sacerdote?

Pienso sólo en qué espera el Señor de mí como sacerdote. Diría que lo que se espera de mí y de cualquier otro sacerdote es que sea sacerdote al cien por cien. En palabras de San Josemaría, que sea santo, padre, maestro y guía de santos. Estas palabras de San Josemaría dan para un libro, y digo brevemente cómo las entiendo. Santo, porque la vocación sacerdotal exige la identificación con Cristo y una santidad grande. Además, el sacerdote debe ser Padre, porque hay que ayudar a los demás en su vocación –al celibato apostólico, al matrimonio, al sacerdocio, a la vida consagrada – y esto requiere tirar hacia arriba de los demás. Maestro, porque el sacerdote debe enseñar –primero con su ejemplo– a tratar a Dios y por eso es importante también el estudio y la preparación teológica seria. Y finalmente guía de santos, porque todos estamos llamados a la santidad.