El secreto de la sonrisa de Lisette

En 2009, durante el encuentro que Mons. Echevarría tuvo con miles de personas en Monterrey, Lisette, cooperadora, relató que se encontraba perdida en un lugar alejado de la Iglesia. Cuatro años después, ella sigue viviendo a diario el consejo que le dio el Prelado en aquella ocasión.

Al precipicio y de ahí a la Obra

Soy Lisette Caullieres Elizarrarás, cooperadora del Opus Dei. Diría que tengo dos trabajos ordinarios: en mi casa, porque soy esposa, y otro aquí, en la oficina, que es un trabajo profesional. Soy abogada y desde hace casi dieciocho años me dedico al servicio público, los últimos nueve específicamente en el área de seguridad.

Hay que tomar en cuenta que antes de llegar al Opus Dei no creía en Dios, tampoco, desde luego, respetaba a la Iglesia católica como un ente divino. Bajo ese criterio hay que considerar que durante muchos años de mi vida pertenecí a una agrupación de libre pensadores.

Efectivamente, usé [en la reunión con el Prelado] la palabra “arropar” porque el pasar de un lugar a otro significó para mí arrojarme a un precipicio. Y cuando te arrojas a un precipicio, en el cual no sabes qué hay después, pues caes y sales herido. En ese momento necesitas quien te arrope. El Opus Dei me cuidó, me arropó y después me enseñó otra forma de vida.

Conocí al Opus Dei por sus “detractores”. Estudié bastante tiempo libros que hablaban mal de la Obra. También tuve la oportunidad de trabajar muy cerca de la Universidad Panamericana, entonces fue relativamente sencillo conseguir un teléfono de algún centro de la Obra, hablar, que me dieran una cita, tocar, llegar –aún recuerdo el nombre de la numeraria que me abrió la puerta– y entrar.

Así de sencillo es en realidad cómo llegué al Opus Dei, y así, sencillamente, he permanecido en el Opus Dei casi veinte años. Me acuerdo muy bien que ese día platiqué brevemente con una numeraria –muy joven, por cierto, yo tenía veinte años, pero aun así me pareció muy joven– y casi inmediatamente entré al confesionario a hablar con el sacerdote. Mi primera impresión del Opus Dei fue esa: gente joven, vivaz, abierta.

Con la confianza de caerle bien a Dios

Sonreírle al señor es fácil… la mortificación es sonreírle al que te cae mal, pero Dios no te va a caer mal, y tienes la confianza de que tú le caes bien a Dios y Él te quiere como seas. Un poco pasa eso con el Opus Dei: para mí fue y sigue siendo un privilegio estar cerca del Opus Dei porque nunca quisieron cambiarme, nunca esperaron grandes cosas de mí, quizá nada más la sonrisa, que yo llegara con una sonrisa al centro de la Obra.

Sonreírle al señor es fácil… la mortificación es sonreírle al que te cae mal, pero Dios no te va a caer mal, y tienes la confianza de que tú le caes bien a Dios y Él te quiere como seas.

La verdad es que a veces la vida se torna muy complicada, pero a mí lo que me funciona, lo que me sirve, es ir al confesionario. Tengo una enorme devoción por la confesión. Para mí, entrar, inclusive esperar entrar al confesionario, confesarme y salir es justamente lo que me permite mantener cierto nivel de paz interior –cierto nivel, porque no soy santa– y, sin lugar a dudas, la sonrisa. No importa la dificultad que yo haya tenido que manifestarle al sacerdote en la confesión, una vez que yo salgo de ahí, para mí, efectivamente, es “borrón y cuenta nueva”.

Yo siempre animo a la gente a que se acerque a confesarse, y si no cree en Dios, que se acerque a platicar con un sacerdote, porque hace mucho bien. Por años, los tres o cuatro que tardó propiamente mi conversión, estuve cerca de la Obra sin creer en Dios; platicaba con el sacerdote pero no me confesaba. Creo que finalmente, fue el efecto de la confesión en mi corazón lo que hizo que cambiara y que hoy, todos los días, hace que mejore un poco; si di unos cuantos pasos hacia atrás en la semana, confío en que el día que voy a confesarme empezaré otra vez.

Los cooperadores y la rebeldía de San Josemaría

Un cooperador es una persona que, sea creyente o no, por cariño al Opus Dei, a alguna iniciativa social del Opus Dei, coopera, es decir, aporta algo: oración, trabajo o recursos. En mi caso particular, me hice cooperadora aun antes de creer en Dios y, desde luego, mucho antes de creer en la Iglesia.

También creo que un cooperador es una persona que quiere muchísimo a San Josemaría ; yo particularmente quiero muchísimo a San Josemaría, siempre lo he querido y sí creo que soy una fan de él.

La primera ocasión que tuve oportunidad de ver a San Josemaría en un video, él está en una tertulia en la que le dice a una persona joven que él también es rebelde. Hay que considerar que yo lo vi cuando tenía unos veinte años, probablemente tenía la misma edad de aquella persona que le preguntó. Él dice que está con los rebeldes, pero con los rebeldes que quieren cambiar las cosas para bien, que quieren aportar. Yo en aquella época me consideraba justamente esa persona: una persona muy rebelde, pero que había optado por una rebeldía útil para que las cosas cambiaran con base en la justicia.

Entonces, que ese hombre de sotana lo dijera con esa vehemencia con la que habla, porque está vivo, fue precisamente lo que me hizo pensar que a lo mejor valía la pena seguir escuchando a todos los demás: a las numerarias, a los sacerdotes, a todo lo que significa el Opus Dei.