¡En Taiwán nos espera una labor muy grande!

Mauricio Shiaw-Tsu Liu Roqueñi, mexicano-taiwanés, recibió la ordenación sacerdotal el 9 de mayo. Su vida, según narra él mismo, ha dado muchas vueltas y todas han servido para madurar su vocación.

Háblanos un poco de tu familia, de tu lugar de origen y de tu relación con Taiwán.

Nací en una familia católica. Mi papá –Martino Shin Jen– nació en China y al poco tiempo su familia se trasladó a vivir a Taiwán, donde pasó su infancia y adolescencia. Mi mamá –María de las Mercedes– nació en México. Se conocieron en Canadá, donde se casaron. Mis tres hermanos mayores nacieron en Canadá, tiempo después se mudaron a Guadalajara, donde nací. Soy el primer mexicano de los diez hermanos que somos.

Los primeros años de mi infancia, que apenas recuerdo, los pasé en el Colegio Liceo del Valle. Alrededor de esos años ocurrieron dos sucesos inesperados que dificultaron un poco el curso de la vida familiar. En septiembre de 1990, cuando estaba por cumplir mis escasos ocho años, en un accidente en la casa, mi mamá se nos adelantó al cielo. Pocos años después, ante una gran crisis económica del país, mi papá nos cambió del colegio privado a escuelas estatales. En el Liceo del Valle cursé hasta 5º de primaria, el 6º lo terminé en la Escuela Francisco Villa, y los tres primeros años del bachillerato en la Escuela Secundaria Técnica Nº 45. Esto me dio la posibilidad de convivir con una gran variedad de gente de los más diversos estratos sociales, y lógicamente se me abrieron los horizontes de la vida.

A los 16 años, sin muchos medios económicos, solo, con mochila al hombro y un inglés básico, viajé en autobús desde Guadalajara hasta Toronto, donde tuve que trabajar para poder pagar mis gastos. Durante el primer año de la universidad hice mi primer viaje a Taiwán para explorar los orígenes de mi papá y la familia china, sin saber nada de chino. ¿Quién iba a pensar que a la vuelta de los años terminaría viviendo ahí y hablando chino? Ahora, con el paso del tiempo, viendo cómo la vida ha dado muchas vueltas, puedo decir que nada del pasado ha sido en vano y todo ha servido para madurar mi vocación y mi llamada al sacerdocio.

¿Cómo conociste el Opus Dei?

Ya desde mi infancia, en mi casa y en el colegio, estaba rodeado de personas que trataban de vivir el mensaje del Opus Dei de encontrar a Dios en la vida ordinaria, aunque no era muy consciente.

Sin embargo, cuando estuve más lejos de ese ambiente –en la secundaria estatal–, fue cuando comencé realmente a frecuentar las actividades en un centro de la Obra. Me ayudó tanto que invité a mis amigos de la escuela. Aunque por aquella época mi proyecto era crear una familia con la que entonces era mi novia, en poco menos de dos años descubrí que el Señor me llamaba a una entrega como numerario del Opus Dei. Y decidí emprender la aventura.

¿A qué te dedicabas antes del sacerdocio?

Yo estudié Ingeniería Industrial con una especialidad en Dirección de Operaciones. Al terminar la carrera trabajé en una empresa de Logística de Comercio Exterior, donde adquirí cierta experiencia en el área del comercio internacional. Después me trasladé a Roma con el afán de recibir una formación más universal. Después de cuatro años, terminé mis estudios teológicos de licenciatura y me trasladé a vivir a Taiwán.

Dios no quería que vendiera ventanas, sino que le ayudara a distribuir su gracia.

He vivido en Taiwán los últimos cuatro años, los dos primeros fueron de tiempo completo para estudiar el idioma y, aunque no es suficiente, llegué al nivel de poder comunicarme y me lancé a trabajar por mi cuenta en distintos proyectos de comercio internacional con varias empresas, haciendo de puente entre dos culturas –Oriente y Occidente – y dos lenguas. Al mismo tiempo buscaba la posibilidad de emplearme en alguna empresa, hasta que después de más de un año, con la ayuda de buenas amistades, logré conseguir un trabajo en una empresa taiwanesa para ayudarles a abrir nuevo mercado en Latinoamérica, empezando por México. Era una empresa de ferretería y sistemas de cerradura para puertas y ventanas tipo europeo.

Pero los caminos de Dios son inescrutables, y justo en esa época –al recibir la propuesta de mi obispo, el prelado del Opus Dei– decidí dar el paso al sacerdocio. Dios no quería que vendiera ventanas, sino que le ayudara a distribuir su gracia.

¿Qué papel jugaron tus padres en el descubrimiento de tu vocación?

San Josemaría solía decir que el 90% de nuestra vocación es gracias a nuestros padres. Yo no tengo la menor duda, pues debo a ellos mi formación cristiana y humana. No se me ocurre pensar qué sería de mí si no fuera por la formación de mis padres.

Para un sacerdote, la madre es muy importante. Desde muy niño tuve la certeza de tener a dos mamás en el cielo –la Virgen y mi mamá– que nos cuidan a mí y a mi familia, y pienso que eso es lo que me ha mantenido firme en mi vocación. Seguro que mi madre, desde el cielo, ha intercedido para que se cumpliera el deseo de tener un hijo sacerdote. Este deseo de mi mamá lo supe desde antes de venir a Roma por primera vez a estudiar, porque un día un familiar, que nos quiere mucho y nos cuidaba cuando éramos chiquitos, me lo comentó.

Viviendo en Taiwán me pasó algo que prácticamente hizo que tomara la decisión… y creo que mi mamá ha tenido mucho que ver. Comencé a tratar a la madre de un amigo, a la que conocí en el día de su bautizo –antes era una ferviente budista− porque quería que me acercara a su hijo universitario. Ella, que es banquera, me ayudó a conseguir trabajo. Con su instinto de madre –hay que decir que para entonces ya me consideraba como su hijo– mientras chateábamos, en chino por cierto, sobre una oportunidad profesional, me preguntó: “¿de qué tienes miedo?" Me sorprendió y me dejó muy pensativo. Ella insistió y me animaba diciéndome que el idioma no sería problema, que iba a ser una gran experiencia, un primer trabajo en una empresa… hablaba y hablaba, y yo seguía pensando hasta que se me salió decirle que no tenía miedo a nada de eso, sino a ser sacerdote, pues por alguna razón en esos días lo tenía en la cabeza. En ese momento, cambió completamente el discurso y me empezó a hablar de la grandeza de la vocación sacerdotal, de la belleza de la gracia, de la gran necesidad de sacerdotes en Taiwán, etc. Y me dijo algo así como: “yo no soy tu madre, pero creo que ella estaría muy contenta de que fueras sacerdote".

Me quedé muy sorprendido porque ella tenía apenas un poco más de un año de estar bautizada y de conocer la doctrina católica. Después de esa conversación me quedé muy tranquilo, sabiendo que era algo de Dios y que mi madre habría tenido mucho que ver en el asunto.

Mauricio recibe la ordenación diaconal de manos de Mons. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei.
¿Qué cualidades debe tener un sacerdote ideal?

Cristo es el único Sacerdote ideal. Nosotros, los hombres que hemos recibido el llamado, por el sacramento del Orden, recibiremos la gracia de Dios que nos dará la posibilidad de participar de su sacerdocio. Por eso durante la Santa Misa, donde se actualiza el mismo sacrificio de Cristo en la Cruz, el sacerdote en el altar es el mismo Cristo, que consagra en primera persona el pan y el vino. Del mismo modo el sacerdote en el confesonario es Cristo, porque solo Dios puede perdonar los pecados.

El sacerdote está llamado a ser obediente, humilde, sencillo y limpio de corazón para ser capaz, no sólo de dar buen ejemplo, sino de identificarse cada vez más con Cristo. Que sea capaz de desaparecer y no ponerse en primer plano sino mostrar solo a Cristo. Y, como nos dice siempre el Papa Francisco, que esté siempre disponible para los demás y abierto a sus necesidades.

¿Qué esperas de ti como sacerdote?

Yo espero, con la gracia de Dios, servir a la Iglesia, al Papa y a todas la almas sin distinción alguna. Que sea lo suficientemente humilde y obediente para ser totalmente sacerdote. Siguiendo el ejemplo de san Josemaría, que sepa identificarme con Jesucristo y con el Pueblo de Dios para que, de la mano de la Virgen, mi sacerdocio sea fuente de alegría, y que toda alma que se cruce en mi ministerio sacerdotal pueda encontrar la paz y la esperanza que produce el encuentro con Cristo.

¿Qué retos particulares presenta Taiwán?

El idioma, porque no es suficiente con poder comunicarse, sino que hay que dominarlo para poder hablar en el lenguaje propio de cada persona. Yo no sólo pienso en Taiwán, mi sacerdocio es para todas las almas, ahora en tantos países del mundo la necesidad de la gracia de Dios es muy grande. Es cierto que en Asia está la mayor parte de la población mundial y un alto porcentaje todavía no conoce la bondad de Dios Padre. ¡En Taiwán y desde Taiwán nos espera una labor muy grande!