Fe a cuentagotas

​Entiendo la fe como un camino para vivir de un modo más feliz, porque veo que quienes viven de ella, tienen una paz, de la que muchas veces carezco. Sin embargo, “creer” me cuesta y podría decirse que no es una bendición con la que vine al mundo.

Entiendo la fe como un camino para vivir de un modo más feliz, porque veo que quienes viven de ella, tienen una paz, de la que muchas veces carezco. Sin embargo, “creer” me cuesta y podría decirse que no es una bendición con la que vine al mundo.

La fe me entra a cuentagotas. Me animé a sentarme a escribir un testimonio sobre la intercesión de Dora del Hoyo ante su respuesta a mis pedidos, porque no he logrado encontrar otra razón al hecho de haber podido resolver la búsqueda de gente amorosa que me ayude a llevar adelante todas las tareas del manejo de la casa y de la asistencia a mi familia.

Tengo 36 años, estoy casada, tengo 4 hijos chiquitos y trabajo muchas horas en una oficina lejos de casa; soy exigente, me gusta que mi casa esté bien, que los chicos estén contenidos cuando yo no estoy, y disfruto de tener una “casa de puertas abiertas”, en la que podemos recibir amigos y familia muy frecuentemente. Por supuesto, todo esto no sería posible sin la ayuda de grandísimas colaboradoras.

La búsqueda de empleadas domésticas es muy difícil, son muchos los requisitos para lograr que una familia y una persona ajena a ella puedan compatibilizarse, entenderse, vivir bajo un mismo techo, con un contrato de trabajo de por medio y con diferencias en la educación y en las costumbres.

Hace algunos años, una de las chicas que trabajaba en casa se volvió a vivir a su país y empecé a buscar un reemplazo: misión imposible. Las chicas se comprometían a venir a entrevistarse, pero no venían, las que venían, no querían quedarse; las que se quedaban, se iban a los pocos días. La casa se hacía más grande, los chicos más intensos, mi marido más demandante, la ropa más sucia, los amigos más inoportunos y el trabajo más estresante que nunca.

Viendo el panorama y, seguramente, mis ojeras, mi suegra me sugirió que le encargara la búsqueda a Dora del Hoyo. Tomé la sugerencia y archivé el dato en algún lugar de mi cabeza.

Como los días pasaban y el desorden reinaba en mi vida, me acordé, aunque más no fuera por compromiso, de rezarle a Dora. En realidad, creo que le recé solamente para comprobar que nada iba a pasar, su nombre “Dora del Hoyo” me causó gracia, y hasta me burlé de ella.

Las gotas de fe empezaron a invadirme: la ayuda llegó. De manera casi inesperada, Anita apareció por casa, un sol de persona. Se encargó de cuidarnos por dos años. Debo reconocer que, al momento, sostuve que Anita había llegado por buena suerte o por casualidad. Vivió con nosotros y fue fundamental en el cuidado de nuestro bebé, pero decidió volver a su país.

No lo dudé, le pedí a Dora que me ayudara otra vez. Muy rápido, y ante el asombro de mis amigas que no lograban dar con una persona, apareció Lady, que estaba en Buenos Aires, estudiando para Chef y necesitaba un trabajo y una casa para poder costearse el último año de su carrera. Lady vivió con nosotros todo un año, mientras terminaba sus estudios. Además de cuidarnos y ocuparse de la casa, nos hacía todos los platos que tenía que aprender para pasar sus exámenes. Pero..., nuevamente, una vez aprobadas las materias, Lady partió en busca de un trabajo nuevo, compatible con su vocación de cocinera.

La sombra del caos me invadió nuevamente, pero ya no me sentí sola: sabía que Dora del Hoyo me iba a ayudar. Y la búsqueda fue distinta, porque desde el comienzo, supe que confiando en ella, una nueva persona nos iba a sorprender. Y llegó Rocío, un ángel.

Cuando uno piensa en milagros, piensa en cosas grandiosas, sorprendentes, e imposibles, pero hay milagros de todos los días: ayudas inesperadas y apoyo en situaciones que interfieren en nuestra armonía.

Si tuviera que definir el milagro, diría que conocer a Dora del Hoyo me sirvió para entender que contamos con compañías que no vemos, pero a quienes podemos rezar para que intercedan por nosotros y así, nos demuestran que están ahí, a mano. Pero sobre todo, el milagro es que yo haya encontrado un motivo más para hacer un poquito más factible mi fe y que dentro de mi pragmatismo, pueda decir con mucha confianza, a alguien desesperanzado “voy a rezar por vos”, y pueda sentir que estoy ayudando, o sentir alivio cuando sé que otros están rezando por mí.

M. (Argentina)