“No sabéis lo que habéis perdido”

El 26 de junio de 1975, Miguel Moya, mexicano y ahora sacerdote, llegó tarde al oratorio y vio que había otras personas rezando por alguien que había fallecido. Los minutos siguientes fueron conmovedores, pues no esperaba que le dijeran que san Josemaría se había ido al cielo.

San Josemaría toma del brazo a Miguel Moya. En segundo plano están el beato Álvaro, don Pedro Casciaro y Mons. Javier Echevarría.

Todos estábamos muy conmovidos al ver aquello porque no nos imaginábamos ese momento. Cuando yo me enteré fue como si me hubieran dado un mazazo en la cabeza. Llegué tarde al oratorio de Cavabianca y vi que todos estaban ahí de rodillas. Se ve que habían estado rezando un responso por san Josemaría porque acababan de avisar que había fallecido. Yo me quedé afuera. No sabía quién había muerto. Me quedé hincado en el ante oratorio y vi que los demás empezaron a salir. Al final salió un sacerdote que ya falleció, don José Luis Pastor, y le pregunté: “Don José Luis, ¿quién se murió?”. “Se murió el Padre”. En esos cinco minutos, no supe quién era yo; me quedé hincado en el oratorio y de pronto me di cuenta que estaba solo. Me quedé otro rato rezando. Fue impactante porque nadie se lo esperaba.

En esos momentos, don Álvaro quedó al frente de la Obra. Me impresionó mucho cómo recibía a todas las personas que iban a dar el pésame. Por ejemplo, fue el cardenal Benelli, en representación del papa Pablo VI. También recuerdo que fue el cardenal Wright, americano, que dijo: “No sabéis lo que habéis perdido”. Pero lo que más me impactó fue la unidad de todos nosotros. Don Álvaro, por ser el secretario general del Opus Dei, dispuso que durante la misa las mujeres estuvieran en la parte baja del oratorio de Villa Tevere, y los hombres arriba y en la parte de atrás. En la homilía se vio el cariño que don Álvaro tenía por san Josemaría, aunque no le vimos llorar en ningún momento. Nos dijo que teníamos que ser fieles y estar muy unidos, y que por eso había dispuesto que tanto mujeres como hombres estuviéramos ahí en esos momentos.

El beato Álvaro del Portilla reza ente los restos mortales de san Josemaría.
Pero también me impresionó el momento en que pusieron los restos de san Josemaría en el sitio en el que estuvo antes (ahora está bajo el altar de Santa María de la Paz, pero en un primero momento estuvo en el sitio que ahora ocupa el beato Álvaro, en la cripta de la iglesia prelaticia). Ahí también fue muy impactante ver cómo don Álvaro estaba pendiente de todo. Bajaron a san Josemaría, pero ocurrió algo curioso. Cuando iban a colocar los restos, de manera lógica según la inscripción que dice “El Padre" y que tiene el sello de la Obra, don Álvaro dijo que no, que teníamos que voltearlo porque san Josemaría querría ver el altar. Fue muy complicado realizar esta operación porque el espacio era muy reducido y había muchas personas, pero se pudo hacer. Fue un momento muy emotivo. Los del coro cantamos unos cánticos de réquiem que habíamos ensayado unos meses antes. Fue muy emocionante ver todo aquello, tanto así que hubo un momento en que don Javier [Echevarría, actual prelado] ya no aguantó más y empezó a llorar, entonces don Álvaro lo tomó del brazo y le dijo: “Javi". Con eso bastó para que se calmara. Realmente fueron momentos irrepetibles que no se pueden contar muy bien con palabras.