Conocí a una linda morenita y la quise mucho

Mons. Álvaro del Portillo, obispo español con raíces mexicanas que el próximo 27 de septiembre será proclamado beato, amaba profundamente a Nuestra Señora de Guadalupe.

Sin duda, la profunda devoción mariana de don Álvaro del Portillo tiene múltiples raíces, pero dos son especialmente notables: la piedad que le inculcó su mamá ‒nacida en Cuernavaca, Morelos‒, y los 40 años (1935-1975) que pasó al lado de san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, quien con tanto ahínco amó e hizo amar a Nuestra Señora.

De labios de Clementina Diez de Sollano, don Álvaro aprendió a alabar a María Santísima con oraciones muy populares en nuestro país, que el próximo beato rezó durante su vida entera recordando el dulce acento mexicano con que su mamá pronunciaba plegarias como:

«Dulce Madre, no te alejes, tu vista de mí no apartes.

Ven conmigo a todas partes y nunca solo me dejes.

Ya que me proteges tanto como verdadera Madre,

Haz que me bendiga el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Amén».

Doña Clementina partió a España antes del nacimiento de quien se convertiría en el primer Prelado del Opus Dei, pero don Álvaro conservó un sincero cariño por México al que viajó en tres ocasiones: en 1970, acompañando a san Josemaría, y en 1983 y 1988 cuando, ya al frente de la institución, visitó diversos lugares para animar a cientos de personas a vivir santamente la vida ordinaria.

Su fervor a la Virgen de Guadalupe fue evidente en cada una de sus visitas al Tepeyac. Del 16 al 24 de mayo de 1970 acompañó a san Josemaría en una novena de oración por la Iglesia y por el Opus Dei, que se recuerda con una placa en la antigua basílica, hoy Templo Expiatorio de Cristo Rey. Entonces, como en las dos visitas de posteriores, don Álvaro notó, conmovido, la piedad que mostraban los peregrinos a los pies de la imagen y se alegró con las canciones populares que se usaban para llevarle serenata:

«Conocí a una linda morenita y la quise mucho,

por las tardes iba enamorado y cariñoso a verla,

y al contemplar sus ojos mi pasión crecía;

¡ay! morena, morenita mía, no te olvidaré».

El recogimiento con que don Álvaro rezaba a la Santísima Virgen armonizaba con la fe profunda que san Josemaría tuvo siempre en Nuestra Señora, a quien acudía incesantemente. La impronta mariana es patente en la vida y apostolado del Opus Dei desde su fundación en 1928. Los escritos de san Josemaría abundan en alabanzas a la Santísima Virgen y sugerencias para tratarla con cariño y confianza sin límites: «Corazón Dulcísimo de María, da fuerza y seguridad a nuestro camino en la tierra: sé tú misma nuestro camino, porque tú conoces la senda y el atajo cierto que llevan, por tu amor, al amor de Jesucristo».

Don Álvaro, fidelísimo hijo y sucesor de san Josemaría, fortaleció aún más su devoción a la Virgen mientras trabajó con este santo canonizado por san Juan Pablo II en 2002. Con él recorrió los principales santuarios marianos de Europa y América. Juntos sembraron de avemarías los caminos que recorrieron dando a conocer el mensaje del Opus Dei: que Dios espera a sus hijos en las circunstancias ordinarias de cada día, particularmente en el trabajo bien hecho por amor a Dios. Y lo hicieron con la alegría de la fe y la fuerza de la esperanza, como afirmaba el próximo beato: «Santa María, Esperanza nuestra (…). Tenemos una buena experiencia de esta gozosa realidad. María aumenta nuestra esperanza, sencillamente por esto: porque es Madre de Dios y Madre nuestra, y porque de su mano vamos y volvemos a Jesús».

Un detalle más del amor de don Álvaro por la Morenita puede apreciarse en algunas fotografías que le hicieron en su lugar habitual de trabajo, en Roma: detrás de él, en sitio destacado, aparece una pintura de la Virgen de Guadalupe, testigo de la entrega sin límites de este hijo amoroso de la Virgen al servicio de la Iglesia.

    Redacción

    Desde la fe