El problema con la ley del 111

Impactado por el texto de dos estaciones de "Via Crucis" de San Josemaría, el autor de este artículo descubrió la “llave del éxito” para alcanzar la autenticidad.

Hice unos días de retiro espiritual el fin de semana del 1 al 3 de abril y me sucedió como seguramente les pasa a todos, que se descubren nuevos horizontes, a pesar de ser uno el mismo y de haber leído varias veces lo mismo.

El Señor, el Rey del universo, nos cambia radicalmente los valores presentes, aquello que para muchos es importante o muy importante, para Él no lo es, o por lo menos no lo es tanto.

Era el último día, de hecho la última actividad del retiro, cuando rezamos las 14 estaciones del Via Crucis escrito por San Josemaría Escrivá de Balaguer y me impactó esta vez la sexta estación en la parte que dice: “Señor, que yo me decida a arrancar, mediante la penitencia, la triste careta que me he forjado con mis miserias…” junto con las palabras de Isaías que cita el mismo texto: “ No hay en Él parecer, no hay hermosura que atraiga las miradas, ni belleza que agrade… ante quien se vuelve el rostro, menospreciado, estimado en nada ” (Isaías 53, 2-3).

Y también la décima estación, es especial en la parte que explica: “Luego, los soldados despojan a Cristo de sus vestidos… Es el expolio, el despojo, la pobreza más absoluta. Nada ha quedado al Señor, sino un madero” .

Siempre me ha gustado la autenticidad y, sin embargo, qué difícil es lograrlo, sobre todo si además de ser auténtico se quiere ser agradable. Para conseguir ambas cosas a la vez, se necesita no sólo parecer, sino ser alguien atractivo e interesante. Pues aquí San Josemaría nos señala la “llave del éxito”, se trata sencillamente de ser penitente y, por mi parte, ¡cuánto tiempo he perdido esquivando la penitencia! Siendo que, como dice el fundador del Opus Dei, es la clave para quitar la “triste careta que me he forjado con mis miserias” .

La mortificación es algo de lo cual instintivamente huimos, aunque ahora se ha puesto de moda, aunque no propiamente la mortificación, sino todo lo que conduzca a adquirir una “buena careta”, digamos que a pesar de que para lograrla, se sufra. Eso no es propiamente la penitencia cristiana, pues la finalidad desemboca en uno mismo, es, como escuché una vez a un amigo, la llamada ley del 111: primero uno, después uno y al final uno.

Queda muy claro que lo que aconseja el Fundador es algo distinto, sobre todo por su finalidad. Por eso en otro libro suyo, Camino expresa: “¡Qué miedo le tiene la gente a la expiación! Si lo que hacen por bien parecer al mundo lo hicieran rectificando la intención, por Dios…¡qué santos serían algunos y algunas! ”.

La otra idea, la de la décima estación del Via Crucis , resulta para mí también revolucionaria, pues presenta la imagen del hijo de Dios pobre, tremendamente pobre, tanto, que es la pobreza más absoluta, pues lo crucifican –lo cual en sí mismo ha de ser terrible para cualquiera– pero incluso sin su ropa, dejándole como único vestido un madero, en el que se encuentra colgado.

Pienso en otra huida en la que solemos entrar casi todos, la de la pobreza. Nuestro Señor nació pobre, pero arropado al fin y al cabo por una gran familia, la que formaron María y José; pero murió más pobre aún, ultrajado: “el despojo, la pobreza más absoluta. Nada ha quedado al Señor” . Y esta imagen me sirve para que no busque la riqueza por la riqueza misma, ni siquiera la apariencia de tenerla, como antes quedó claro, para no volver a tener “la triste careta que me he forjado con mis miserias” . Entiendo que aquí el Señor, el Rey del universo, nos cambia radicalmente los valores presentes, aquello que para muchos es importante o muy importante, para Él no lo es, o por lo menos no lo es tanto.

Extracto de la colaboración publicada en La Jornada (Aguascalientes) el 22 de abril de 2011.

Óscar Fernández Espinosa de los M. // La Jornada (Aguascalientes)