Entrevista a dos nuevos sacerdotes mexicanos

Leonardo Bravo y Ricardo Furber fueron ordenados sacerdotes en Roma el 26 de mayo por Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei, junto con otros 36 fieles de la Prelatura. Presentamos algunos puntos de la entrevista que nos concedieron.

P. Leonardo Bravo

P. Leonardo Bravo.

- ¿Qué le sugiere esta nueva ordenación sacerdotal?

Es un motivo de alegría para toda la Iglesia ver tantos nuevos sacerdotes, especialmente porque entre ellos hay gente de las más diversas profesiones, lenguas y nacionalidades. A mí personalmente la vocación me cayó del Cielo. Es un regalo que no hubiera pensado ni en mis mejores sueños y que nunca terminaré de agradecer. A veces la gente piensa que Dios se apiada de la humanidad muy de vez en cuando (de milenio en milenio) y sólo se involucra en la vida de alguna persona muy especial. En cambio, Dios está involucrado en la vida de todo el mundo más de lo que pensamos; también en la vida de la gente más "normalita".

P. Leonardo Bravo

-  ¿Cómo conoció el Opus Dei?

Cuando fui por primera vez al Club Arawaks, un club juvenil que confía la dirección espiritual al Opus Dei. Llevaban tres años invitándome a distintos planes,  y aunque todos los que organizaban eran muy atractivos, me pasaba lo mismo que a casi todo el mundo: mis amigos eran de los que no iban a aquel Club. Les debía fidelidad, y, por tanto, una ley no escrita me prohibía pisar el Club. ¡Así de lamentable! En fin ¡que le vamos a hacer!, así somos algunos. 

Entonces estaba al pendiente de otras cosas: lo que se platicaba con los amigos, saber cómo vestirse; qué hacer el fin de semana: salir a cenar o al cine o conseguir invitación para algún baile. Detrás de todo aquello había un estire y afloje con mis papás, amigos, horarios, coche, etc. Era lo normal entonces y me parece que sigue siéndolo.

El caso es que en un momento determinado del verano todos mis amigos se fueron de vacaciones y yo me quedé solo. Un amigo de mi equipo de fútbol americano, Avispones, me invitó a un viaje que harían desde Arawaks por toda la República. Yo no estaba muy seguro, así que sacó su mejor carta: iría Poncho y algunos amigos suyos. Parecía obvio que se refería a Poncho, un amigo común de Avispones, y fui. A aquel viaje fue muchísima gente, se formó una especie de ‘convoy’ y no pude ver a Poncho sino ya comenzado el viaje. Para sorpresa mía yo no conocía a aquel Poncho, era otro. Pero era lo de menos, el ambiente era muy atractivo. Aquella gente tenía carácter y rezaba. No me refiero a los mayores; eso ya lo daba por supuesto; sino a los de mi edad: no tenían pudor de que los vieras rezar e incluso te enseñaban y sabían callar a alguno que contaba una tontería. Eso me interesó.

Unos meses después me paré en el Club y le dije al Director que quería ser Numerario. Se echó a reír. Yo tenía tres años formando parte de la ‘resistencia’ y era de los que hablaban mal del Club y todas esas tonterías, así que me hicieron esperar mucho. En fin, yo había visto claro que Dios esperaba aquello de mí, así que me puse firme. Me fueron explicando lo que era ser Numerario y cada vez me parecía más claro que era lo mío: podía estar totalmente en las cosas de Dios y a la vez totalmente en las cosas que me ilusionaban: mis amigos, mi familia y mi proyecto de ser ingeniero o arquitecto. Un día me dijeron que podía ser admitido como Aspirante. A mi me daba igual Aspirante o Numerario o lo que fuera. El caso era darle mi vida a Dios en el Opus Dei.

 

-  Usted tuvo la oportunidad de trabajar en la formación de estudiantes universitarios, ¿podría dar algún consejo o sugerencia para, en un tema tan querido por Benedicto XVI, establecer un diálogo entre razón y fe?

Mi tesis doctoral es un estudio sobre la Fides et ratio, una Encíclica firmada por Juan Pablo II y en cuya redacción colaboró muy directamente Benedicto XVI. Todos los hombres, y muy especialmente los universitarios, tenemos la responsabilidad de no renunciar nunca a pensar. Ese es el camino para llegar a comprender quiénes somos y cuál es el sentido de nuestra vida.

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P. Ricardo Furber

-  Usted se dedicó durante varios años a la educación ¿qué sugerencias haría a los padres de familia para dar a sus hijos una profunda educación cristiana?

 Trabajé durante cinco años en el Instituto Real de San Luis, después de terminar la carrera de Ingeniero Civil en el Tecnológico de Monterrey. La verdad, es que me la pasé muy bien dando clases. Desde luego que no me arrepiento, ni de haber estudiado Ingeniería, ni de dedicar cinco años de mi vida a enseñar y formar gente joven.

En el Real de San Luis, el contacto con los papás y los niños me ayudó a aprender mucho. En la medida de lo posible uno intenta ayudarlos, no sólo en lo académico sino también en su vida en general, es decir, en su trato con los papás, con Dios, con los amigos, a crecer en virtudes, etc. Mantenía conversaciones periódicas, tanto con algunos niños como con sus papás. En esas conversaciones podía entrar en su vida familiar, saber cuál era el ambiente en el que se movían y, sobre todo, darme cuenta de lo importantes que son los papás en los primeros años de la vida de una persona. Para los niños son los héroes o heroínas predilectos y lo que digan es ley.  En ese sentido, se puede decir que los papás recogerán de sus hijos, lo que sembraron en la niñez.

P. Ricardo Furber

A ellos debo el 90% de mi vocación, como enseñaba San Josemaría. Lo saben y no me canso de agradecérselo. Tengo bien grabada en la cabeza sus "desmañanadas"  para llegar, todos los días, a la Misa de 7:00 en la Parroquia de Corpus Christi, en Monterrey. Y éso que la "acostada" del día anterior no solía ser temprano. Nunca me insistieron en que los acompañara, aunque el domingo era diferente. Ese día nos pedían a todos que fuéramos juntos, que respetáramos ese momento para asistir en familia a la Santa Misa.

También, cuando en algunas ocasiones me llevaba mi papá al colegio, rezábamos algunas oraciones a la Virgen como Bendita sea tu pureza, u otras. Antes de acostarnos teníamos la costumbre de ir a darles las buenas noches, y ellos aprovechaban para santiguarnos en la frente. La bendición de la mesa la íbamos turnando entre los hermanos, etc. 

He querido recoger algunos detalles prácticos de piedad con los que nos enseñaban a vivir la fe, así como nos ayudaban a distinguir entre lo que está bien y lo que no se debe hacer, respondiendo cada uno por sus decisiones.

Recuerdo dos hechos sencillos que reflejan este espíritu cristiano: uno, muestra de generosidad: mi mamá no se sentaba a la mesa hasta que todos estuviéramos servidos. Otro, de trabajo intenso, cuando veía a mi papá llegar de la oficina y sentarse en su escritorio a preparar una clase que daba en el ICAMI.

Después de mencionar estos detalles con los que nos iban enseñando a vivir en cristiano, cabe pensar:  ¿Qué es lo primero que se necesita para dar formación cristiana profunda a los hijos?  -Unos papás que conozcan y vivan profundamente su fe en todos los aspectos de la vida, que mantengan un trato cercano con Jesús. Con este ejemplo, podrán transmitir esas enseñanzas de modo natural a sus hijos. Como dice el refrán: “Fray ejemplo es el mejor predicador”.