San Josemaría Escrivá de Balaguer, entusiasta lector de El Quijote

En el año del 400 aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes, el P. Carlos Cervantes Blengio, filólogo, destaca el carácter quijotesco de algunas obras escritas por san Josemaría, que tuvo un gusto especial por la literatura.

En este año 2016, en el que conmemoramos el cuarto centenario de la muerte del más célebre escritor en lengua española, me ha parecido oportuno destacar –a manera de botón de muestra- la presencia de su más célebre obra en la predicación y los escritos de san Josemaría. ¿Por qué? Porque el conocimiento y admiración por los autores clásicos del Siglo de Oro español fue uno de los primeros rasgos que me llamaron la atención de la personalidad dl fundador del Opus Dei, allá por los años setenta del pasado siglo.

Cuando contaba con poco más de dieciocho años, un compañero de la preparatoria me invitó a una charla para estudiantes sobre la vida cristiana en un centro del Opus Dei. Nunca había asistido a algo semejante en mi vida. A partir de entonces, comencé a leer el Evangelio y a hacer oración con Camino, libro que se encontraba en la biblioteca de mi casa y que, de cuando en vez, hojeaba con creciente interés. Poco tiempo después, en esa misma residencia, pude ver la filmación de un encuentro de Josemaría Escrivá de Balaguer con un numeroso grupo de personas en la Península Ibérica. Todo aquello supuso para mí un gran descubrimiento. Las tertulias filmadas recogían toda la viveza de la predicación de san Josemarí, a quien se le notaba muy contento de estar entre la gente. Aquellas reuniones mantenían el tono coloquial y familiar que estuvo presente en estos encuentros desde los orígenes del Opus Dei, según me enteré más tarde.

Por aquellos años comenzaba yo a estudiar la carrera de Letras en la UNAM y era muy aficionado a los cásicos de la literatura. Esta circunstancia hizo que me llamara especialmente la atención la familiaridad con la que el fundador del Opus Dei citaba las obras de don Miguel de Cervantes. Una muy grata sorpresa fue escucharlo citar de memoria frases de El Quijote. La ocasión fue durante su catequesis en América, en 1974. En aquella tertulia, un muchacho le habló de las dificultades con que su mamá trataba de obstaculizar su perseverancia a la vocación al servicio de Dios, arguyendo que el muchacho debía antes “probar otras cosas, conocer más la vida, gustar el amor humano, para asegurarse y elegir”. San Josemaría respondió decidido, sin vacilar: “Se me vienen a la memoria unos versos de Cervantes: ‘es de vidrio la mujer, pero no se ha de probar si se puede o no quebrar, porque todo podría ser’”. Como es sabido, estas palabras corresponden a la novela intercalada en el Quijote titulada El curioso impertinente. Se trata de la historia de un personaje llamado Anselmo, quien desea probar la fidelidad de su esposa Camila, y solicita la ayuda de su amigo Lotario para que pruebe su fidelidad, cortejándola. Lotario le recuerda a su amigo Anselmo unos versos que aconsejaba el padre de una doncella a su amigo de confianza con el fin de que estuviese más atento en el cuidado de su hija:

Es de vidrio la mujer,

pero no se ha de probar

si se puede o no quebrar,

porque todo podría ser.

Y es más fácil el quebrarse,

y no es cordura ponerse

a peligro de romperse

lo que no puede soldarse (I, 33).

En realidad la afición de san Josemaría a la lectura de los clásicos españoles aparecemuy temprano en su vida, desde su niñez: “A sus diez años, Josemaría tendría acceso a algunos libros de las estanterías de la casa. Entre ellos, una antigua edición de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, en seis tomos encuadernados. En el lomo de los volúmenes se leía: Don Quijote. La obra aún se conserva. Está ilustrada con grabados. Son las consabidas láminas de la arremetida contra los molinos de viento, los rebaños de ovejas lanceadas, el manteamiento de Sancho… En ese ejemplar comenzó a leer la literatura clásica, y le gustaba abrirlo en muchas ocasiones”[1].

Aquella afición se vio favorecida por la formación que recibió en el bachillerato, donde encontró maestros que trasmitieron al joven Josemaría su amor por los clásicos. En el curso escolar 1915-1916 tuvo como profesor de literatura a uno de esos docentes que saben entusiasmar a los alumnos por el amor a la materia que explican. Refiriéndose a ese curso en el que Josemaría obtendría la calificación de sobresaliente con premio, señala uno de sus biógrafos: “El catedrático de Literatura era don Luis Arnáiz, hombre de tierna sensibilidad literaria y propenso a la emoción estética. Al decir de Josemaría, se emocionaba al leer en voz alta a Cervantes. (…) En las clases de literatura pudo Josemaría saborear a placer los clásicos, desde los escritores medievales a los del Siglo de Oro español. Pasados los años, las anécdotas literarias e históricas, en prosa o en verso, surgirán frescas y espontáneas, a la par de la cristiana doctrina”[2] .

En unos manuscritos que san Josemaría tituló Apuntes íntimos, se recogen expresiones con sabor cervantino como ésta:

Nada, ante la maravilla que supone este hecho: un instrumento pobrísimo y pecador, planeando, con tu inspiración, la conquista del mundo entero para su Dios, desde el maravilloso observatorio de un cuarto interior de una casa modesta, donde toda incomodidad material tiene su asiento (n. 877).

Y es que el reducido cuarto donde vivía don Josemaría en la calle Viriato, en el Madrid de los años treinta, le trajo a la mente la conocida frase del comienzo del prólogo del Quijote:

Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante. Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?

Camino, su obra más conocida, está salpicada de expresiones con fuerte sabor al lenguaje del Hidalgo de la Mancha. Sirva de ejemplo el número 688:

Otra vez…: Que han dicho, que han escrito…: A favor, en contra…: Con buena, y con menos buena voluntad…: Reticencias y calumnias, panegíricos y exaltaciones…: sandeces y aciertos…¡ Tonto, tontísimo!: ¿ Qué te importa, cuando vas derecho a tu fin, cabeza y corazón borrachos de Dios, el clamor del viento o el cantar de la chicharra, o el mugido o el gruñido o el relincho?… Además… es inevitable: no pretendas poner puertas al campo.

Es posible que murmullos a los que el autor de Camino aconseja no dar importancia trajeran a la memoria de san Josemaría, lector asiduo de Cervantes, las palabras de don Quijote a Sancho:

No te enojes, Sancho, ni recibas pesadumbre de lo que oyeres, que será nunca acabar. Ven tú con segura conciencia, y digan lo que dijeren; y es querer atar las lenguas de los maledicientes lo mismo que querer poner puertas al campo. Si el gobernador sale rico de su gobierno, dicen de él que es un ladrón, y si sale pobre, que ha sido un parapoco y un mentecato. (II, 55).

En plena Guerra Civil Española, san Josemaría tuvo que estar sometido a unas circunstancias extremadamente duras. Desde mediados del mes de marzo hasta el 30 de agosto vivió en la sede del Consulado de Honduras, acompañado de su hermano, el pequeño Santiago y de algunos miembros de la Obra. En aquel refugio, intensifica sus penitencias, no solamente por los suyos, sino también como desagravio por los muchos crímenes y ofensas cometidos con ocasión de la guerra. En aquel confinamiento, el 21 de abril de 1937 envía una carta a los miembros de la Obra que estaban en Valencia, en estos términos:

Hoy, el abuelo[3] está triste, alicaído, a pesar de la amabilidad y del cariño de mi gente; y a pesar de la paciencia heroica de mi sobrino Juanito… que no está mandón. Y es que se acuerda de su juventud, y contempla la vida actual: y le entran unas ganas enormes de portarse bien, por los que se portan mal; de hacer el Quijote, desagraviando, sufriendo, enmendando. Y resulta que se le echan a correr el entendimiento y la voluntad (el Amor), y el Amor llega primero. Pero ¡llega tan desvalido, tan sin obras!… El abuelo está triste, porque él no acierta –viejo, sin fuerzas–, si no le ayudan, con su juventud, los nietos de su alma” (Carta 21.IV.1937)[4].

En esta carta, San Josemaría evoca las palabras con las que comienza la primera salida de don Quijote:

Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar y abusos que mejorar y deudas que satisfacer (I, 2).

Termino con una significativa anécdota que pone de manifiesto, junto a la afición de san Josemaría por las aventuras del Hidalgo manchego, su gran sentido del humor, así como su gran libertad de espíritu. Se trata del testimonio del P. Carlos Cardona, que fuera director espiritual del Opus Dei durante años. Por razones de su cargo, al P. Carlos le correspondía atender graves obligaciones, así como leer y estudiar por mucho tiempo densos libros de filosofía y teología. Un día, al ver el semblante del P. Carlos, san Josemaría le dio este sorprendente consejo para su lectura espiritual:

Durante una temporada, Carlitos, ¿qué tal si tienes como libro de lectura el Quijote? Te ayudará a pisar tierra, a quitarle trascendencia a lo que, de suyo, es intrascendente…y, sobre todo, te jaleará el sentido del humor.[5]

Para comprender en profundidad el consejo que san Josemaría le dio al P. Carlos, es preciso tener en cuenta que para el fundador del Opus Dei la vida cristiana no es algo místicamente lejano, no es una especie de ascesis desconectada de la realidad cotidiana, hecha de cosas menudas, entre ellas, el buen humor, del que rebosan las aventuras de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.


[1] A. VÁZQUEZ DE PRADA, El fundador del Opus Dei, Madrid 1983, p 53 y s.

[2] A. VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, tomo I, Madrid 1997, p 85 y s.

[3] Término que utiliza para referirse a él mismo como cautela debida a la censura de la correspondencia

[4] Cit por A. VÁZQUEZ DE PRADA, El fundador del Opus Dei, II, p 100 y s.

[5] Cf: P. URBANO, El hombre de Villa Tevere, Barcelona 1994, p 210 y s.

P. Carlos Cervantes

Red de Comunicadores Católicos