«¿Santo, yo?»: Misa en la Basílica de Guadalupe

El 26 de junio de 2021 tuvo lugar en la Basílica de Guadalupe, en la Ciudad de México, una misa con motivo de la fiesta de san Josemaría Escrivá de Balaguer. A continuación, se transcribe la homilía pronunciada por el Pbro. Pablo Palomar, vicario de la delegación de la Ciudad de México.

Hoy, en la fiesta de san Josemaría, festejamos lo que hemos leído en la oración colecta: «Dios todopoderoso y eterno, que has suscitado en la Iglesia a san Josemaría, sacerdote, para proclamar la vocación universal a la santidad y al apostolado, concédenos por su intercesión y su ejemplo que en el ejercicio del trabajo ordinario nos configuremos a tu Hijo Jesucristo y sirvamos con ardiente amor a la obra de la Redención.

QUE A TODOS NOS ILUSIONE LLEGAR AL CIELO CUMPLIENDO LO QUE DIOS HA QUERIDO DE NOSOTROS.

San Josemaría, fundador del Opus Dei: santo de nuestros días. Incluso varios de los aquí presentes lo conocimos en vida; coincidimos incluso con él aquí, con la Virgen de Guadalupe, en 1970. Y sabemos cómo –desde 1928– ha predicado que todos estamos llamados a la santidad. Como hemos también leído en la segunda lectura, todos formamos parte de la familia de Cristo. La homilía de san Josemaría sobre la grandeza de la vida corriente nos dice: «Esta elección gratuita, que hemos recibido del Señor, nos marca un fin bien determinado: la santidad personal» (Es Cristo que Pasa, n.2). Que a todos nos ilusione llegar al Cielo cumpliendo lo que Dios ha querido de nosotros: que seamos realmente hijos fieles que cumplimos una misión que Él tiene para nosotros.

Sí, todos estamos llamados a esa meta. Cuando, platicando con alguna persona, pregunto si de verdad quiere ser santo, muchas veces abre los ojos y dice: «¿Santo, yo?». Sí: santo tú. «Pues, no sé». «Mira, en el Cielo solo hay santos». «¡Ah! Entonces sí, sí quiero ser santo». Todos estamos llamados –por el bautismo– a la santidad. Todos podemos llegar a esa meta, que es una meta que nos propone Dios, no como un espejismo o como un ideal inalcanzable. Dice san Josemaría: «Podría relataros tantos ejemplos concretos de mujeres y hombres de la calle, como vosotros y como yo, que han encontrado a Jesús que pasa como en lo oculto por las encrucijadas aparentemente más vulgares, y se han decidido a seguirle, abrazados con amor a la cruz de cada día».

Grabaremos «a fuego en el alma la certeza de que la invitación a la santidad, dirigida por Jesucristo a todos los hombres sin excepción, requiere de cada uno que cultive la vida interior, que se ejercite diariamente en las virtudes cristianas; y no de cualquier manera, ni por encima de lo común, ni siquiera de un modo excelente: hemos de esforzarnos hasta el heroísmo, en el sentido más fuerte y tajante de la expresión» (Es Cristo que Pasa, n.7).

Conocemos tantas personas que –en su lucha diaria– van buscando esa meta, esa meta que, con la gracia de Dios, todos podemos lograr.

Y ese ejemplo lo tenemos en el mismo san Josemaría, que nos marcó la meta y llegó a ser santo, y santo de altar. A veces pensamos que la meta es muy alta –y es cierto– pero también es accesible. Conocemos tantas personas que –en su lucha diaria– van buscando esa meta, esa meta que, con la gracia de Dios, todos podemos lograr.

Muchos también han conocido a Guadalupe Ortiz de Landázuri, que además estudió en la UNAM. Es bonito relatar cómo la beata Guadalupe, ex alumna de la UNAM y que tantas veces pisó la Villa de Guadalupe, alcanzó esa meta de la santidad.

«Quizá», continúa diciéndonos san Josemaría, «alguno de vosotros piense que me estoy refiriendo exclusivamente a un sector de personas selectas. No os engañéis tan fácilmente, movidos por la cobardía o por la comodidad» (Es Cristo que Pasa, n. 6). De hecho, san Josemaría dice que lo que primero detiene para ese camino de santidad es la pereza. Porque, ¡cuántas veces dejamos a un lado ese buscar al Señor, buscar hacer las cosas bien, por pereza!

La santidad no es como los gimnastas, que cada vez hacen piruetas más difíciles, sino el hacer las cosas por amor.

Que nos animemos siempre a decir que sí al Señor; a decirle que sí en esas cosas pequeñas que nos anima san Josemaría, en esas cosas de diario. San Josemaría decía que su escuela es la escuela de las cosas pequeñas. Nosotros podemos revisar en qué cosas pequeñas podemos ofrecer un poquito más de amor al Señor para ir por ese camino: cosas pequeñas que todos tenemos a la mano, cosas pequeñas que todos podemos ofrecer y que –haciéndolas por amor– son precisamente el camino de la santidad. Cuando fue la beatificación de san Josemaría, el entonces cardenal Ratzinger –luego Benedicto XVI– decía que la santidad no es como los gimnastas, que cada vez hacen piruetas más difíciles, sino el hacer las cosas por amor. Pues eso es lo que nos corresponde a nosotros.

Y ahora que estamos aquí en la Villa, frente a la Virgen de Guadalupe: ¡qué enseñanza tan maravillosa tenemos de ella! Una enseñanza de haber sido la más santa, cuidando las cosas pequeñas, cuidando su hogar, cuidando el atender a Jesús y el atender –con Él– a los demás discípulos. Vamos a pedirle: Madre Mía, yo también quiero –como san Josemaría– alcanzar la santidad. Yo tengo esa ilusión de cumplir esa misión que el Señor quiere de mí: ayúdame a hacer las cosas que tengo por amor, y así hacerlas siempre como Jesús quiere, como Jesús me lo pide.