Un terapeuta que se respeta (I)

Con su trabajo profesional, que consiste en aliviar dolencias del cuerpo, José Genaro, que trabaja para el Club Atlas, puede tocar también el alma de sus clientes y, sobre todo, de sus amigos. Presentamos la primera entrega de su testimonio.

Soy José Genaro Cabrera, terapeuta en el Club Atlas Colomos. Nací en 1961. Soy casado. Tengo dos hijos en el cielo, de tres meses y medio de gestación, y un hijo, José Álvaro, aquí en la tierra. Mi esposa se llama Lupita y, por la gracia de Dios, es supernumeraria, como yo.

Describes tu trabajo como “devolver a la persona a sí misma”… ¿cuando una persona tiene dolor no es ella misma?

Cuando una persona tiene dolor –y a veces es mucho dolor–, no es plena porque el dolor constriñe, desconcentra e impide la funcionalidad normal. La gente viene a este club, que es deportivo y social, con la finalidad de hacer actividades físicas; si hay dolor, una de las razones por las que vienen no puede ser cumplida.

¿Cómo se alivia el alma si trabajas con el cuerpo?

Tengo 25 años en este lugar, gracias a Dios. La mayoría de las personas con las que trabajo están acostumbradas a mandar, así que les cuesta un poco de trabajo obedecer. Pero tengo que mandar en mi trabajo. Cuando tocas el cuerpo de una persona y resuelves problemas, ellos empiezan a confiar en ti, en el ámbito fisiológico primero, y luego, cuando ya te conocen un poco más, se dan cuenta de que pueden confiarte cosas más importantes. Surge la amistad y la confidencia. Con esa confianza, muchas veces me preguntan por qué estoy contento. Ya con eso dejamos el aspecto profesional y empezamos a hablar de lo personal. Aquí en el club puedes hacer maravillas “metiéndote en la vida de los demás”, en sentido cristiano, para bien, rezando por ellos y acercándote. Trabajas con el cuerpo, pero ese cuerpo tiene un alma… el terapeuta que se respeta a sí mismo debe atender íntegramente a la persona.

¿Hay alguna anécdota de tu trabajo que te haya impresionado especialmente?

Me acuerdo que un amigo médico que trabajaba aquí tuvo un hijo que nació enfermo. Recé con él. El bebé requería una operación, pero algo salió mal en la intervención y el niño falleció. Mi amigo no quería saber nada de Dios y me dijo que no le volviera a hablar de Él. Yo le decía que no se preocupara y que vendrían más hijos. Él me dijo que no iba a tener más hijos y que como era doctor ya le había puesto el dispositivo a su mujer. Le dije que iba a seguir rezando por él y para que tuviera más hijos. Él se rió de mí.

Trabajas con el cuerpo, pero ese cuerpo tiene un alma… el terapeuta que se respeta a sí mismo debe atender íntegramente a la persona.

Pasado algún tiempo, un día en que yo estaba trabajando en mi sala de terapia atendiendo a una persona, de repente vi que alguien se asomó. Era el doctor. “Te vengo a reclamar –me dijo– porque mi mujer está embarazada”. La persona que yo estaba atendiendo se crispó… ¡imagínate, me acusaba del embarazo de su mujer! Yo sí entendí lo que me dijo, pero esa persona no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Le pedí al doctor que aclarara lo que acababa de decir. “Te vengo a decir que te vengo a reclamar porque tú eres el único que ha estado rezando para que mi mujer se embarace, y mi mujer se embarazó con todo y el dispositivo”. Volvimos a ser amigos.

Después –cuando él ya no trabajaba aquí– vino con su esposa, y traía a una niña hermosísima en los brazos, preciosa, como un ángel. Me dijo: “La niña te viene a saludar y a dar las gracias”. Era impresionante saber que estaba tocando un milagro. La tomé y ella se apoyó en mí como si me conociera. Así es como compruebas que Dios hace cosas extraordinarias a través de instrumentos bastante ineptos.