Todos somos muy felices

Cada niño trae una alegría diferente, y en familia se aprende a dar, en especial si se tienen ocho hijos que aportan cosas distintas, como explica Anabel Barrios, de Aguascalientes.

Tenemos 19 años de casados. Cuando pienso en mi familia, me doy cuenta de que cada hijo es un don de Dios. Mi marido y yo queríamos una familia numerosa; yo pensaba en tener cuatro hijos, y mi marido en cinco… ¡y tenemos ocho! Sí, definitivamente queríamos una familia así, pero estoy segura que ni mi marido ni yo imaginábamos lo que eso significaba. Día a día la vida te va enseñando lo que es tener un hijo y así en cada nuevo nacimiento.

¿Cómo se vive el orden?

Como en todas las familias, a veces hay altibajos. Nos ayuda mucho que mi marido es muy disciplinado y muy ordenado. En la casa nos ha servido poner encargos, no necesariamente en lo material, sino de los hermanos con los hermanos. Sí, somos muchos, pero eso también significa que hay más manos, más cabezas pensantes y es una riqueza inmensa ir sumando personas que pueden contribuir con muchas cosas: ideas, apoyo moral, ayuda … Y eso nos ha ayudado a todos a crecer en cariño hacia los demás, porque nos damos cuenta del valor que cada uno tiene para los otros. Todos somos importantes.

¿La familia pequeña vive mejor?

Cada familia es única e irrepetible, entonces todas tienen una riqueza enorme, aunque sean pequeñas. A mí me ha tocado vivir en una familia numerosa y cada persona es ilimitada en todo lo que puede dar y darse. Pero ser parte de una familia grande hace que constantemente te des a los demás. Una vez, en una posada, unos conocidos rompieron una piñata, y uno de mis hijos juntó muchos dulces, entonces empezó a decirles a sus hermanos y a los demás amigos que pusieran sus dulces con los de él porque así iban a tener más para todos. Lo que pasa es que él está acostumbrado a ver las cosas como “nuestras”, no como “mías”. Eso ocurre con más espontaneidad en las familias grandes, porque das y compartes; cuando son muchos hermanos, lo ven como algo natural.

¿Tu familia ha enfrentado dificultades?

Sí, siempre hay dificultades, aunque no puedo decir que hayamos enfrentado algo que nos haya marcado fuertemente. Somos una familia muy afortunada y Dios siempre está con nosotros. Tenemos a los cuatro abuelos, tenemos trabajo, estabilidad, salud. Pero sí, siempre pasan cosas. Hay problemas, tribulaciones, pero creo que estar cerca del Opus Dei nos ha ayudado mucho porque siempre nos han enseñado que la alegría debe estar en el hogar, a pesar de las contrariedades. Y también tenemos muchos y muy buenos amigos, lo que siempre nos ha ayudado a salir adelante.

¿Cuáles han sido los momentos más alegres?

Vernos a todos unidos en fiestas importantes, pero también ver cómo nacen los niños, cómo se va haciendo más grande la familia. Cada uno nos ha traído una alegría diferente. Tenemos alegrías personales y alegrías colectivas, pero creo que todos somos muy felices.

¿Cómo te ha ayudado el Opus Dei en tu matrimonio y en tu papel de mamá?

Podría decir que me formé con la Obra porque durante mis años como alumna del Yaocalli no tenía gran formación doctrinal. Fue ahí, poco a poco, cuando entendí muchas cosas doctrinales que me permitieron ser una católica coherente. En 1991 pedí mi admisión al Opus Dei. Cuando nos vinimos a vivir a Aguascalientes, mi marido y yo estábamos dispuestos a entregarle lo mejor de nosotros a la Obra, pero en realidad la Obra es la que nos ha dado tantas cosas. La formación que le damos a nuestros hijos, la visión de la vida que les hemos dado, el amor con el que hacemos las cosas… es lo que el Opus Dei nos ha enseñado.

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